Melancolía rima con Alegría

Para alguien como Iker, lo que está viviendo los últimos meses le está comiendo por dentro. En verano le ofrecieron un trabajo muy bueno en Barcelona. Ese tipo de trabajo por el que siempre había luchado y ya casi había tirado la toalla. Sin muchas ataduras en Madrid, aparte de Blas y su familia, no se lo pensó dos veces. Con el AVE se planta en casa en menos de tres horas cada fin de semana que le entre la morriña. La pandemia parecía controlada. ¿Qué podía salir mal?

Cuando se instaló en su nuevo piso en el barrio de Gracia lo primero que hizo fue dar una vuelta por el barrio y buscar la tienda de vinos más cercana. Desde que Blas le hizo probar un vino Bella Pilar, siempre tiene que tener algunas botellas en casa para ‘emergencias’. “¿Tenéis Vinos Bella Pilar?”. “Por supuesto”. “Me gusta Barcelona”.

Pero todo se torció a finales de octubre. El gobierno autonómico decidió cerrar los bares y prohibió salir de la ciudad excepto contadas excepciones para controlar el virus. Pensó que duraría poco tiempo, pero no. Su trabajo estaba ahora en Barcelona y ya no tenía excusa para coger el AVE. Acostumbrado a una vida social amplia, sin necesidad de Tinder, su rutina se redujo a trabajar, salir a pasear a media tarde sin poder sentarse en una terraza a tomar nada, volver a casa, un rato de Netflix la noche que no había fútbol, y a dormir. Y mañana lo mismo.

Una tarde la melancolía pudo con él y videollamó a su amigo. “No puedo más”. Blas conoce los altibajos emocionales de su compañero de piano, pero esta vez es distinto. “¿Tienes un Alegría de Bella Pilar en casa?”. “Claro”. Los dos dejaron el móvil encima de la encimera y descorcharon la botella a la vez. Se sirvieron una copa generosa y se fueron al sofá. Blas le hizo una señal a Mabel que entendió a la primera. “Cenad sin mí”.

Iker se desahogó con su amigo, esta vez con la frialdad de la pantalla por medio, y le contó cómo de triste era su vida en Barcelona. El trabajo de su vida se había convertido en una prisión para su alma libre. La botella se fue vaciando mientras la conversación derivó en los recuerdos de la infancia, sobre todo de la adolescencia. A Iker le cambió el ánimo. “Blas, te echo de menos, os echo de menos. El trabajo no es lo más importante de esta vida. Vuelvo!”. Como ya se conocían el ritual, Blas e Iker a la vez cogieron el corcho del vino, apuntaron la fecha del día, y luego escribieron en la etiqueta: ‘Iker vuelve a Madrid con su gente’. #momentosbellapilar

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