Una pareja con instinto

“¿Quedamos a las nueve para cenar?”. “Sí, tengo ganas de verte”. “¿Jitsi o Zoom?”. “El que prefieras, pásame el enlace por correo”. “Acuérdate de comprar el mismo vino, Instinto de Bella Pilar”. “De acuerdo, un beso, hasta luego”. La pandemia ha complicado las cosas a los amantes. El tacto es un sentido que se está perdiendo por la falta de uso. La virtualidad se impone a todos los niveles, también para el amor.

Iker se ha propuesto empezar a poner orden a su vida amorosa. Demasiados años de flor en flor, de relación de seis meses en seis meses. Aunque también sabe que eso no es una cosa que uno decide sin más. Ahora quiere una relación larga. Claro, como si fuera tan fácil. A Nuria la conoció en la cola de la tienda de vinos. Igual que nos hemos acostumbrado con asombrosa facilidad a las mascarillas y a las videollamadas, también asumimos con cierta resignación que ahora hay que hacer cola hasta para comprar una botella de vino. “¿Eres el último?”. “Sí, quién lo diría, parece que regalen algo, ¿no?”. “Todo es muy extraño últimamente, no sé si llegaré a entenderlo algún día”. Y así, como quien empieza una charla de ascensor, empezaron a hablar de todo y de nada, hasta que les tocó entrar en la diminuta tienda. Iker se fue a la izquierda, Nuria a la derecha. Los dos se volvieron a encontrar en la estantería de los Bella Pilar. Risas cómplices. Él escoge un Pureza, ella un Carisma. “¿Hace mucho que los conoces?”. “No mucho, este verano mi hermana trajo una botella para mi aniversario y me encantó. Desde entonces que casi no bebo otro vino”.

Salieron y se dieron los teléfonos. Dos cenas y llegó el toque de queda y el cierre de bares y restaurantes. ¿Y ahora qué? Nuria está divorciada pero no tiene hijos. No porque no quisiera tenerlos. La genética es caprichosa. El matrimonio no fue una buena experiencia, sobre todo el final. Muy agrio. Pero no por eso se ha cerrado a conocer a otras personas. Sin buscarlo. Sin discotecas ni Tinders. Si surge, surge. Y con un Bella Pilar en la mano surgió. Con dos citas tuvieron claro que querían seguir viéndose para conocerse mejor, y eso un virus no lo podría impedir.

“¿Te apetece un steak tartar del Trapezio para cenar como el que comimos la primera vez?”. “¡Sí! ¡Estaba muy bueno!”. “Pues llamo para que nos lo traigan, y una ensalada de gorgonzola, a tu casa y a la mía. Hoy invito yo”, dice Nuria. “Fantástico menú, y con el Instinto, de cine”. A las nueve y cuarto de la noche, un chico con la mochila amarilla cuadrada llama a la puerta de Iker, y una chica a la de Nuria. Paran la mesa, cogen el ordenador portátil y abren el enlace. De golpe dos ventanas se abren en la pantalla con dos caras radiantes de ilusión y deseo. Es su primera cena virtual e intuyen que no será la última. Habrá que aprender a hacerlo así.

Descorchan el vino. Iker no se lleva muy bien con los sacacorchos modernos, pero no tiene otro en casa. Ella, con el de toda la vida, como el que usan los camareros, no tiene problemas. Llenan la copa y brindan como si no los separaran diez quilómetros. Se quieren mirar a los ojos pero cuesta. Si miras a la pantalla, donde sale ella, no miras a la cámara. Seguro que alguien inventará algo para solucionarlo.

Se siguen explicando las respectivas vidas. Con 40 años cada uno, con tres cenas no habrá suficiente. Pero no se cansan de las anécdotas del otro, les gusta escucharse. Esto puede funcionar, piensan. “¿Habías tenido alguna cita así?”. “La verdad es que no, y pensaba que sería peor, pero me gusta”. “Esto hay que recordarlo. ¿Sabes que podemos guardar el momento en la etiqueta?”. “No, esto no, ¡Qué gran idea!”. “Apuntemos lo mismo: ‘Quiero repetir estas cenas, muchas veces’”. #momentosbellapilar

Bella Pilar
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